martes, 21 de junio de 2011

Volver a observar como sin nunca antes...


Echo de menos la capacidad de sorprenderme  con los detalles, las palabras desconocidas, los gestos extraños. Echo de menos la curiosidad de querer comerme el mundo intentando que en cada bocado no haya un empacho, ni una mala digestión, y de esta manera poder seguir  alimentando el alma y el espíritu  a placer. Recuerdo con claridad la sensación de ser una niña y observarlo todo con ojos novatos, mirando el entorno con la ingenuidad de no saberte ignorante, porque hasta el concepto resultaba lejano e incomprensible.

Mis hermanas, en mi pequeño mundo, eran lo más. Más edad, más altas, más listas, más hermosas, más experimentadas, más libres. Mi recorrido era siempre a su sombra, como las alondras que siguen el arado a la captura del grano caído, del fruto de la tierra removida. Algo aparecía  siempre ante mí de lo que podía alimentarme para imaginar que, tal vez, algún día, pudiera ser  igual de alta, igual de lista, casi igual de hermosa, y puede que más libre.

Un espíritu joven es como un cuaderno en blanco en el que hay que elegir bien los colores, las formas, perfilar bien los contornos para no pisar la línea y que el resultado sea, como poco, coherente. Sin embargo en el proceso de crecer, bebiendo de todo y de todos como esponjas secas, es inevitable un golpe de tinta que manche una página, o un resultado final inexplicablemente desastroso a pesar de los esfuerzos, del empeño en la precisión del trazo, de la idea preconcebida  tan clara al comienzo… que no se parece en nada al resultado final.

Hoy he buscado mi viejo cuaderno de Vida y he repasado las páginas coloreadas. Algunas, las primeras, dibujadas con torpeza pero con colores intensos y una gran carga expresiva. Otras, las menos, inesperadamente  seductoras, llenas de una vitalidad y con una pasión que no recordaba poseer (¿de dónde y cómo me vino tanta inspiración?).  Otras, las menos, están sin terminar,  y éstas las he pasado de prisa, porque no quiero recordar qué me hizo abandonarlas condenándolas a no llegar a concluir en nada.

Pero he comprobado con sorpresa que quedan un gran número de páginas en blanco que me guiñan y me invitan a recuperar el buen hábito de observar, de curiosear y escarbar en los detalles, de descubrir, de descubrir, de descubrir...

Empezaré mañana. Lo reestrenaré frente al mar, en la bella Bahía de Bolonia. Abriré mucho los ojos e imaginaré que mido poco más de un metro. Haré un auténtico ejercicio de limpieza para renovarme y tener la capacidad de mirar el mar como si semejante espectáculo nunca hubiera aparecido antes ante mis ojos. 
Carmen Otero