domingo, 18 de septiembre de 2011

Una hora ante tu ventana



Tu pelo blanco es lo único que alcanzo a ver a través del cristal, sentado de espaldas a la calle sin saber de mi presencia ni intuirme. Hace una hora que te observo desde el otro lado de la calle, junto a la pastelería a la que solías llevarme los domingos cuando hacía buen tiempo y salíamos a dar un paseo por el parque, y apenas te has movido. Puede que estés viendo la televisión y tu única actividad sea la del pulgar sobre el mando a distancia. Puede que estés leyendo, siempre te gustaron las novelas de misterio y la novela negra americana.  A veces también la poesía, reservada a  las largas tardes de invierno, en las que de pronto tu voz llenaba todos los espacios cuando leías en voz alta algún poema con el que, por algún motivo, se te alteraba el alma. Quizás estás hablando por teléfono, tu cabeza se mueve levemente hacia adelante y hacia atrás, como asintiendo… quién puede llamarte un día como hoy, ni siquiera sé si siguen vivos tus amigos o han ido cayendo poco a poco como los muñecos de un puesto de tiro en la feria, y yo he sido tu única familia. Eres tan mayor que me cuesta trabajo imaginar que aún estés ahí, con tu gesto adusto, tu mirada autoritaria, y tu rostro inflexible. Creo que de alguna manera tenía la esperanza de que al terminar este largo viaje que me trae de nuevo ante la ventana de tu casa,  no encontrarte. Me hubiera ahorrado este lento y desgastador proceso en el que debo decidir si llamar a tu puerta, o marcharme por donde he venido. Una hora ante tu ventana y cientos de recuerdos. No queda casi ninguno de  los buenos, enterrados bajo los gritos y las amenazas de aquella tarde de abril en la que abriste la puerta del que hasta el momento había sido mi hogar para decirme que nunca volviera.  Una hora ante la ventana de tu casa sin saber si tengo valor para enfrentarme  a tu rostro, a tu voz, a tu ira, al recuerdo de tu ira. No sé en qué momento dejaste de ser el rostro amable en el que se cobijaban todas mis ilusiones para convertirte en el hombre al que tanto he temido. Puede que ahora no seas más que una sombra de lo que eras y que al mirarte a los ojos sólo encuentre  vacío, sin rastro del pasado, sin consciencia del hoy, puede que una de esas terribles enfermedades degenerativas haya convertido tu victoria del pasado en la derrota en la que vives el presente, solo. Aunque bien visto, la soledad en la que has nadado estos años ya es suficiente derrota.

Carmen Otero

viernes, 9 de septiembre de 2011

INTERIORES

Me gusta mirar al interior de las casas, observar a través de las ventanas de manera fugaz e imaginarme cómo es la vida de sus inquilinos. A partir de un pequeño detalle me imagino quien vive allí. A veces envidio sus imaginarias vidas, otras me apenan, pero nunca me dejan indiferente ...