domingo, 21 de agosto de 2011

Kilómetro cero



No ha sido tan duro como había imaginado. Todo el mundo ha sido amable y se ha esforzado en mostrarme afecto. Incluso Ana, la recepcionista de la cuarta planta me ha dado un abrazo inesperado y me ha deseado buena suerte.

Quizás me había obsesionado demasiado con este día, durante meses he intentado imaginar cómo me sentiría. Estaba segura de que no sería capaz de tomar ni el primer café de la mañana y que me angustiaría en el último trayecto del tranvía. Pensé en las miradas furtivas de los compañeros y dudaba en si se multiplicarían las siete horas hasta parecer una jornada de trabajo interminable, o correrían los minutos de forma precipitada, como si quiera vivirlos tan deprisa que pasaran como una película a cámara ligera.

Pero todo se ha desarrollado con asombrosa normalidad. He trabajado como cualquier otro día, incluso más serena, más tranquila. He recogido mi mesa y, al contrario de lo  que ocurre en las series de televisión, no ha cabido todo en una caja de cartón. Marcos ha prometido hacerme una visita la semana próxima y llevarme lo que falta. Mi querido Marcos, tantos años compartiendo responsabilidades y consultas…

La última hora la he reservado para las despedidas, algunas muy protocolarias, otras muy sentidas, casi todas sinceras. Afortunadamente han respetado mi deseo, repetido en el último año con inquebrantable firmeza, de obviar los homenajes y los regalos. Nunca me ha gustado entrar en la rueda de la feria de las vanidades.

Miro por la ventanilla del tranvía las calles y los edificios que he observado cada día en los últimos  40 años, y ahora, que ha pasado todo, soy consciente de que mi obsesión por el torbellino de emociones al que tanto he temido en el día de hoy era sólo una pantalla de humo. El último día era sólo un trámite, el pasaporte para tomar conciencia de una nueva etapa. Es mañana cuando todo empieza. Es a partir de mañana cuando manejaré mis tiempos y mis espacios con la libertad absoluta de alguien que afronta un nuevo reto. A pesar de haberlo ya visto y vivido casi todo es mañana cuando arranco desde el kilómetro cero. 

No he pensado hasta este momento en qué ocuparé todas las horas que quedan ahora al descubierto como una estantería vacía. No he hecho planes, ni números, ni una lista de intenciones o reencuentros, situaciones que tengo que vivir en estos años… 

Pero por alguna razón que no comprendo parece como si ya estuviera escrito. Y me siento inexplicablemente aliviada.

Carmen Otero

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